Hablemos sobre aquel sentimiento tan paradójico que recibe el nombre de Amor. Para algunos considerado una enfermedad; para otros un sentimiento; también algunos seres humanos lo piensan como un castigo. Tiene múltiples definiciones, depende el ser humano, sin embargo es universal. Todos lo conocemos y lo experimentamos alguna vez en la vida.
Yo creo que todo comienza por una pequeña chispa que se enciende por algún motivo: admiración, belleza, afinidad. Aunque también hay ocasiones en las que los por qué son vanos, simplemente, nos enamoramos y punto. Con el tiempo, y casi sin darnos cuenta aquel ínfimo centelleo ya es un gran incendio que consume nuestro cuerpo y alma. Necesitamos beber más y más o de lo contrario nos sentiremos vacíos.
Como escribí en uno de mis pocos poemas: vehemencia, nostalgia, yo no sé. Las palabras son insuficientes para encontrar una definición exacta que abarque la inmensa eternidad de esta sensación. Es como volar sin tener alas, reír sin darnos cuenta, es ebullición, tranquilidad, sosiego… en ocasiones una calma continua como dijo un jazzero que admiro mucho.
Son deseos de trascender, de vivir absolutamente todo creyéndonos inmortales. Es una falta de concentración constante y encantamiento, es muy fuerte y urgente. Es rápido, precipitado, acelerado, intenso, quema, arrasa, nos muele.
Sufrir y amar van de la mano como eternos compañeros. Los que amamos lo sabemos muy bien: después de aquella intensidad y delicia nos vemos sumidos en una escarcha helada que vacía cada parte de nuestro ser. Donde sueños e ilusiones e incluso aquella palabra llamada ‘esperanza’ nos invitan a sobrevivir, pero ya no tienen lugar. Aquella nostalgia que sobra del amor hiere y entumece cada fibra de nuestro ser hasta que nuestro bienamado tiempo cura aquellas cicatrices de forma parcial.
Sin embargo, como dice Khalil Gibran: “Pero si en vuestro temor sólo buscáis la paz del amor y el placer del amor, entonces más vale que cubráis vuestra desnudez y
salgáis de la era del amor”
He dicho.
JORGELINA RIVERA